Hablemos de Racismo y
Discriminación Racial
Maura
Nasly Mosquera M.
E-mail:
mauranasly@gmail.com
Utilizaré extractos del
informe La Persistencia y mutación del
racismo[1]
para realizar este comentario. En el prefacio, Robert Archer señala que definir
el racismo y la discriminación racial de una manera precisa y relevante es
extremadamente difícil y que no existe un acuerdo absoluto sobre cómo hacerlo.
También es difícil nombrar con precisión, de manera general, a los grupos que
padecen discriminación racial y por lo tanto, en el informe se procuró evitar
un enfoque jurídico o técnico. Como punto de referencia se eligió la definición
que proporciona la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las
Formas de Discriminación Racial (1965), artículo 1:
toda distinción, exclusión, restricción o
preferencia basada en
motivos de raza, color, linaje u origen
nacional o étnico que tenga
por objeto o por resultado anular o
menoscabar el reconocimiento,
goce o ejercicio, en condiciones de
igualdad, de los derechos
humanos y libertades fundamentales en las
esferas política,
económica, social, cultural o en cualquier
otra esfera de la vida
pública.
También el informe reconoce
que la fuerza de esta definición se encuentra en su amplitud. Abarca distinciones
basadas en raza o color así como distinciones basadas en linaje y origen
nacional o étnico. Cubre también las medidas que tengan por objeto causar
desigualdad y las medidas que (deliberadamente o no) producen un efecto
desigual en los derechos y libertades de los individuos y grupos afectados.
La definición no satisface
todas las necesidades y no goza de aceptación universal. Algunos la consideran
demasiado amplia. No abarca la discriminación por motivos de género (si bien,
ésta queda cubierta hasta cierto punto en la Convención sobre la Eliminación de
todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, de 1979), y ha creado
problemas porque permite que los Estados distingan entre ciudadanos y no
ciudadanos (artículo 1.2). A medida que surgen nuevas cuestiones,
inevitablemente se debate si están o no comprendidas en definiciones ya
acordadas. Así, aunque el papel que desempeña es vital, la Convención no abarca
todos los aspectos que habría que considerar.
Me sumo a la afirmación que la
raza es una cuestión política porque una ideología racial o racista la ha
convertido en tal. El racismo creó y mantuvo las distinciones relevantes de raza
de las que dependía la discriminación social y económica de las sociedades. Es
una fabricación social que creó y seguidamente justificó las constantes
de desigualdad y discriminación. De igual forma, existe una relación directa
entre teorías e ideologías racistas (y las políticas y prácticas que se fundamentan
en ellas) y los sistemas económicos que dependen de la explotación de grupos
desfavorecidos.
Así pues, el racismo tiene
tres elementos: (i) es una visión de la sociedad compuesta de grupos
intrínsecamente diferentes; (ii) incluye la creencia de que estos grupos
diferentes son desiguales por naturaleza –bastante a menudo fundamentada en una
interpretación darwiniana de la historia–; y (iii) da forma y manipula estas
ideas en un programa de acción política. La combinación de estos tres elementos
es lo que da fuerza al racismo. Con frecuencia existe un consenso social que impide que se admita
el racismo. El uso de eufemismos está asociado con esta forma de
negación. Términos como ‘etnicidad’ y ‘tribal’ pueden apropiarse (mal) para
negar u ocultar el racismo. Términos como ‘trabajador migratorio’, ‘Estado huésped’,
‘inmigrante reciente’, incluso ‘minoría étnica’ refuerzan los estereotipos u
ocultan la verdadera dinámica en juego.
Otra racionalización similar
de la negación es la que se centra sólo en la igualdad jurídica o en la
igualdad de oportunidades, con independencia de si pueden o no alcanzarse esos
ideales en las circunstancias existentes. Al rendir cuentas ante las Naciones
Unidas sobre la aplicación de la Convención contra el Racismo, unos treinta
Estados afirmaron que en sus países “no había racismo” y muchos de ellos fundamentaban
esta aseveración en sus constituciones y leyes que proclamaban el ideal de
igualdad o prohibían la discriminación. Sin embargo, es evidente que ni la
declaración formal de igualdad ni la prohibición formal del racismo o de la
discriminación racial erradicarán por sí solas el racismo, de la misma manera que
la prohibición de otros delitos no produce un comportamiento universal de respeto
a la ley. Es la falta de aplicación de la legislación existente la que es parcialmente
responsable de que persista el comportamiento que afirma prohibir.
Por ‘racismo estructural’ se
entienden las formas de racismo y de discriminación institucionalizadas, más
que individuales, generadas por la manera de funcionar de las instituciones
sociales y económicas. En el mundo empresarial, en la administración pública
local, en los sistemas de enseñanza, la discriminación se produce a través de
mecanismos sutiles en los que a menudo el racismo es difícil de detectar, es
indirecto o es “imposible de probar”.
Las personas que sufren
racismo responden de diversas maneras. Algunas comunidades internalizan los
valores del sistema que las oprime. Una respuesta muy diferente a
la discriminación racial es la de contenerse. Las personas optan, a menudo sin
gran convencimiento, por vivir dentro de los límites y expectativas de la
sociedad que los circunda. Un ejemplo de esta respuesta puede verse en la
manera en que el deporte se ha convertido en el campo en el que los negros destacan.
Es el camino del éxito y una forma de estereotipo.
Algunas personas responden a
la opresión racial creando una identidad de grupo diferenciada y poderosa, que
declaran y proyectan públicamente. Las personas que padecen discriminación
racial tienen que investirse de poder para superarla, pero exagerar la
identidad puede llevar al esencialismo étnico, en el que los miembros del grupo
aceptan responsabilidad moral sólo por los suyos. Una postura filosófica de
este tipo fomenta una fracturación de la sociedad en grupos competidores que
tienen dificultades para resolver problemas comunes y que pueden incluso
perpetuar las actitudes racistas. El victimismo puede llevar a los que padecen
opresión a culpar de todos sus males a los que los oprimen y a no asumir sus
propias responsabilidades. Dicho esto, es en el racismo – y no en sus víctimas
– donde reside el problema. Es pernicioso culpar a las víctimas, de quienes ya
se espera que se comporten de una forma desinteresada y generosa con aquéllos
que han abusado de ellas y discriminado en su contra.
La ley es un poderoso
instrumento para proteger y ampliar los derechos. En muchos países, las leyes
antidiscriminatorias llevan varias décadas en vigor. Sin embargo, el racismo,
en sus numerosas formas, persiste. En muchos lugares, un grupo dominante es
capaz de confinar a un grupo subordinado en espacios definidos que confieren
también beneficios inferiores. Es obvio que la ley no ha producido un cambio de
actitud. Es necesario hacer algo más. Hay que descubrir las estrategias que han
tenido éxito. Es necesario aplicar la ley y procedimientos punitivos efectivos
contra las autoridades estatales que permiten o cometen discriminación racial,
o demuestran racismo. Y, en este sentido, es imprescindible mejorar la actuación
de las fuerzas de policía.
Para cambiar actitudes es
necesario educar y concienciar al público, pero es evidente que esto tampoco
será suficiente. En muchos casos, el racismo es una respuesta racional para
defender privilegios. La educación por sí misma no cambiará el conflicto de
intereses que lo hace funcionar y reproducirse. En algunos casos, no puede
producirse un cambio positivo sin reformas económicas y sin contar con nuevos
recursos económicos. En otros, se requerirán estrategias distintas y más
imaginativas para destruir los estratos de negación que causan que unos grupos
hostiguen a otros o ignoren sus necesidades.
Para erradicar el racismo en
su seno, las sociedades tendrán que volverse más justas económicamente, rendir
más cuentas políticamente y ser más responsables social y culturalmente; y
estos cambios deberán producirse a nivel mundial. Cierto es que se trata de un
desafío ingente, pero también lo fueron la esclavitud, la segregación racial,
el nazismo y el apartheid.
Uno de los temas centrales
dentro del proceso de la III Conferencia Mundial contra el Racismo (Durban
2001) fue la violencia contra la mujer basada en el origen étnico o la raza
como el ejemplo más reconocible de discriminación
interseccional. Hasta época muy reciente, el cruce de la discriminación por
motivo de género y la discriminación racial y sus consecuencias no había sido
objeto de consideración detallada. Los problemas se categorizaban como manifestación
de una de las dos formas de discriminación, pero no como de ambas. Con ese
enfoque no se lograba analizar el fenómeno en todo su alcance, lo que hacía que
los remedios fueran ineficaces o inadecuados. Se recomendó que
durante la Conferencia Mundial se pusiera el acento en las cuestiones de género
y la discriminación sobre la base del género, especialmente la amenaza múltiple
que se produce en la encrucijada entre género, clase social, raza y origen
étnico.
¡Revisemos este resumen para
analizar nuestro contexto actual y los desafíos!
[1]
http://www.ichrp.org/es/proyectos/112
Consejo Internacional para Estudios de Derechos Humanos. La persistencia y
mutación del racismo. 2000.
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